Llegó matando”. Eso dice Íngrid Gamboa del momento en que, hace casi treinta años, mientras trabajaba en el Departamento de Estadísticas y Servicios Médicos de Livingston, en Guatemala, un intruso empezó a diezmar a su comunidad.
Los garífunas están a acostumbrados a sobrevivir. A finales del siglo XVIII se regaron por Centroamérica cuando los británicos los expulsaron de la isla de San Vicente, y antes de eso, en una fecha que nadie es capaz de recordar, dicen que tras el naufragio del barco que traía a sus ancestros esclavizados desde África, se aferraron a la vida y se mezclaron con los indígenas caribes, hasta el momento en que fueron deportados por los europeos. A comienzos de los 90, en la época de Gamboa, se enfrentaban de nuevo a un enemigo que no podían vencer y al que pocos podrían sobrevivir.
No se supo mucho del primer paciente que los médicos de Livingston remitieron para que muriera sin remedio en el hospital Roosevelt, en Ciudad de Guatemala. “Pensamos que era un cuadro de diarrea, pero seis meses después llegó un contingente del Ministerio de Salud Pública para decirnos que ese paciente había muerto a causa del sida”.Como los funcionarios del gobierno, el terror se tardó en llegar porque la palabra les dijo poco: “¿Qué es sida?”.
“No sabíamos cómo se contagiaba. Si venía del aire, si venía del agua, nadie sabía absolutamente nada”. Todo el personal de salud se hizo pruebas de sangre que se llevaron a la capital. Los resultados nunca llegaron, en un claro ejemplo del abandono en el que vivían los garífunas de Guatemala.
Apenas en 1995, cuando el Estado firmó los acuerdos de paz con la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca, los garífunas, junto a los mayas y los xincas, fueron reconocidos como sujetos de derecho. Cinco años atrás, cuando la epidemia apenas empezaba, la marginalidad y el estigma que venían con el VIH/sida hicieron que el panorama para los garífunas de Livingston fuera poco alentador.
Aún hoy, el estigma está lejos de ser cosa del pasado. A la pregunta: “¿Usted le compraría vegetales frescos a una persona con el VIH?”, que apareció en la última Encuesta Nacional de Salud Materno-infantil, 56,1 % de las guatemaltecas encuestadas contestaron que no. Los hombres superaron esa cifra por casi tres puntos porcentuales.
En medio del aislamiento, Gamboa vio morir a los líderes de su comunidad, a sus familiares, a los niños. “Durante años, si no estábamos enterrando, estábamos de velorio… Todos”, comenta. Para ella, una brigada de Médicos Sin Fronteras (MSF) que llegó con la intención de mejorar el servicio de atención primaria de Livingston representó la primera luz de esperanza tras años en los que lo único que pudo hacer, desde el comité de apoyo que creó, fue acompañar con impotencia los familiares de pacientes en fase terminal.
A finales de 1999, tres años después del primer contacto con MSF, se instaló en Livingston la primera Unidad de Infectología y los tratamientos empezaron a llegar desde España. El grupo de apoyo se convirtió en una asociación de mujeres garífunas viviendo con VIH o afectadas por la enfermedad que Gamboa bautizó iseri ibagari, “nueva vida” en el idioma de su pueblo.
Con el tiempo, los avances en el tratamiento con antirretrovirales hicieron que la asociación dirigida por Gamboa no se limitara a consolar a los familiares de sus miembros. A las campañas en las que realizan pruebas de sangre y luchan contra la superstición para explicar que el uso del condón puede prevenir la enfermedad, se sumó el acompañamiento a los pacientes, para que el tratamiento sea lo más efectivo posible.
“En cuatro años logramos revertir más de un 90 % los nuevos casos de VIH en Livingston. Ya vamos para cuatro años sin un caso de muerte y el 85 % de las personas que acompañamos en las unidades de atención integral tienen carga viral indetectable”.
Los garífunas, que además de tener su propio idioma tienen religión, música, gastronomía y técnicas agrícolas particulares, también interpretaron a su manera la epidemia que los golpeó a comienzos de los 90. “La gente pensaba que era brujería, que, por envidia, le habían hecho mal a la persona que se enfermaba. Cualquier cosa nos inventábamos, porque yo también estaba inmersa en ese desconocimiento profundo”.
Hoy, tras haber trabajado de la mano de organizaciones como la AHS Foundation en su lucha contra el sida y de haber sido aliada de ONU Mujeres para conservar la cultura de su pueblo, Íngrid Gamboa puede decir que, una vez más, aunque el enemigo al que se enfrentan no les va a permitir una victoria contundente, los garífunas no piensan renunciar a ser sobrevivientes de batallas que, al menos en principio, parecen imposibles.
Por: Mateo Guerrero Guerrero