Autor: Joseph Casañas
Mónica entra a la iglesia y se roba todas las miradas. Bueno, casi todas. Hay fieles que cuando la ven caminar por el centro del templo se obligan a mirar para otro lado. Les incomoda que a la casa de Dios entre una persona como ella. Es una indígena transgénero. Se santiguan y susurran una plegaria con los ojos cerrados. Aprietan con fuerza el rosario. (Lea aquí: Por primera vez, Estado colombiano pedirá perdón a lesbiana por discriminarla)
Sus pasos son corticos, medidos, prevenidos. Lleva la mirada en alto, pero desconfía del entorno. Tiene razones para hacerlo. Del resguardo indígena en el que pasó su infancia, en el municipio de Mistrató (Risaralda), tuvo que huir porque la querían castigar. ¿Su pecado? Haber decidido, un día cualquiera, dejar de usar pantalones y ponerse las faldas coloridas de su hermana. Lo hacía a escondidas, pero la descubrieron. Han pasado cinco años desde entonces.
Es sábado. Mónica Siagama llega a la iglesia María Inmaculada de Santuario (Risaralda), para pedirle al sacerdote del pueblo que la bautice. Luis Castaño, vicario parroquial, la repara de arriba abajo y, aunque duda, le pone una cita. Le dice que pase por su despacho “cualquier día de la semana” para explicarle el trámite. (Lea aquí: Diana Ardila Kopp, la reina del Carnaval Gay que desbarata los estereotipos)
La Alcaldía de Santuario calcula que al menos 20 indígenas trans llegan todos los sábados al pueblo a gastarse los pesos que durante la semana reunieron recogiendo café. Mónica es una de ellas. Son las rebeldes de Santuario.
En la finca en la que recolecta el grano dejó la ropa de trabajo. A Santuario llegó vestida con una pantaloneta muy cortica que deja ver su color moreno y un dragón en la pierna derecha que hace un par de años se mandó a tatuar. Lleva puesta una blusa ombliguera. Sale de la iglesia con una sonrisa tímida. Guarda la esperanza de que el religioso le cumpla y la bautice. Si eso pasa, esa partida de bautismo será el único documento de identificación que la acompañará. No tiene cédula.
No es lo único que Mónica llegó a hacer en Santuario. Sale de la iglesia, atraviesa la plaza principal y, entre miradas curiosas, burlonas y murmullos, llega a una miscelánea. Entre pestañita, esmalte, rubor, base, crema para manos y cuerpo, maquillaje, una corta cutícula, aretes, collares y otros accesorios, Mónica se gasta un porcentaje importante del dinero que se ganó en la semana. Por un día de trabajo le pagan entre 20 y 25 mil pesos. Sus manos son pequeñas y reflejan las largas jornadas laborales en los cafetales de la región. Además: La modelo María Jiménez Pacífico habla de las dos veces que fue violada
Lo primero que hace es quitarse la tierra de las uñas y luego aplicar sobre ellas un esmalte color rojo. También se unta sobre cuello y garganta una crema con escarcha. “Estoy bregando para poderme operar. Quiero tener mis senos, mi cuerpo, mi pelo, todo, como una mujer. Me gustaría tener una familia, ojalá con tres hijos”, dice mientras se mira en el espejo y se arregla el pelo.
Samanta, la mejor amiga de Mónica, entra en la escena. Toda la semana, en compañía de su esposo, que también es un indígena embera, estuvo trabajando en una finca en el municipio de Peñas Blancas. Ella cocina y su compañero sentimental recoge café. Llegaron a Santuario a hacer mercado. Es alta, morena y tiene caderas grandes. Usa un jean descaderado y una blusa roja ombliguera. Le pide a su amiga que por favor la acompañe a hacer una vuelta. Se quiere poner un piercing en el ombligo. Esa joya que ahora se ve brillar a lo lejos no es sólo un accesorio de moda. Es, si se quiere, un símbolo de rebeldía, de su rebeldía.
“No pueden decir que sólo hasta este año hay indígenas trans. Últimamente muchos se están volviendo maricas. Hasta los patrones que ya tienen hijos y esposas se están volviendo así, por eso nadie tiene derecho a criticar a nadie”. Samanta tiene un temperamento fuerte. Habla duro y, aunque dice estar nerviosa por las cámaras, no se amilana, clava la mirada en el lente y denuncia: “Ni mis tíos, ni mis padres, ni los guerrilleros nos quieren cerca, tampoco los gobernadores indígenas, pero ellos sólo quieren su propio beneficio”.
Aunque no es algo nuevo, pues la Alcaldía de Santuario tiene registro de la llegada de indígenas trans desde el año 2010, Luis Castaño, el vicario parroquial, lo califica como “un fenómeno de impacto cultural de unas comunidades que se han acercado a esta realidad de la posmodernidad. Ellos (los indígenas) no tienen elementos culturales para defenderse y para saber discernir o evaluar las consecuencias de esa transformación que están tratando de copiar”. Es decir, para la Iglesia, los indígenas trans se están vistiendo, actuando y comportándose como mujeres por cuenta de una copia del mundo occidental.
Laura Frida Weinstein, directora ejecutiva de la Fundación Grupo Acción y Apoyo a Personas Trans y defensora de derechos humanos, no está de acuerdo con lo que dice el religioso. “Las personas trans históricamente hemos habitado la Tierra, hemos pasado por todas las culturas. Tanto así que, por ejemplo, y haciendo referencia a culturas indígenas, se ha registrado la presencia de grupos ancestrales en Norteamérica como los berdaches, quienes se reconocían como personas de dos espíritus. Manifestaban que en ese cuerpo habitaba tanto un espíritu femenino como un espíritu masculino”.
Para Weinstein, que el proceso de transformación de las indígenas trans se califique desde la Iglesia como una copia es una forma de no reconocer los derechos y la capacidad de raciocinio de esta población. Las indígenas trans tampoco son aceptadas por sus propias autoridades, quienes, además de estar de acuerdo con la postura de la Iglesia, consideran que ser trans es estar en contra de la naturaleza.
“Si lo que voy a decir es malo para la sociedad, que me juzguen, o que me juzgue el creador de este mundo: para el pueblo indígena no está permitido que el hombre esté con otro hombre y que una mujer esté con otra mujer. Eso está en contra de la madre naturaleza”, dijo a El Espectador Martín Siagama, autoridad indígena del resguardo unificado de Pueblo Rico (Risaralda).
El rechazo sistemático de las autoridades nativas a las indígenas transgénero trae consigo una serie de dificultades que retan la capacidad del Estado. El Espectador conoció que miembros de la Guardia Indígena del departamento de Risaralda planea operativos para capturar a las indígenas trans que todos los sábados llegan al municipio de Santuario, con el objetivo de hacerlas cambiar de opinión y “convertirlos de nuevo en hombres”.
“Son dos castigos. Uno es la permanencia en el cepo y varias horas de trabajo comunitario, y dos, la comunidad está pidiendo expulsar a este tipo de personas para evitar que sigan haciendo daño y que este daño vaya en aumento. Cambiarse de sexo es algo que está en contra de la naturaleza”, dijo Siagama.
En este sentido, Laura Frida Weinstein explica que “el hecho de ser una persona trans, pobre, indígena y desarraigada de su pueblo las pone en unas condiciones mucho más difíciles, porque las violencias se incrementan a medida que esta persona está en contextos de vulneración o en esos contextos que socialmente las personas no ven como aceptable, agradable o bonito”.
Barlhan Díaz, integrante de la consejería del Consejo Regional Indígena de Risaralda (CRIC), explicó que la comida es una de las razones por las que se está registrando aumento de indígenas trans. “Seguimos pensando en que el tema de la alimentación ha sido el factor para que eso, a través del tiempo, venga ocurriendo. Para evitar que eso siga pasando, nosotros tenemos que volver a la recuperación de las comidas tradicionales”.
Weinstein tampoco está de acuerdo con esta postura: “La gente siempre quiere atribuir cosas a algo que no existe. Entonces atribuye poderes a la ropa, a la comida, a muchas cosas que carecen de sentido. Uno es lo que es y punto. Si es así, tendríamos que comenzar a indagar por qué un hombre es hombre o por qué una mujer es una mujer. No sé por qué tenemos esa conducta de querer saber por qué el otro es diferente, cuando ni siquiera entendemos quiénes somos”.
El desarraigo, según la Gobernación de Risaralda, ha provocado unas dificultades adicionales a las que de por sí ya enfrentan los indígenas de la región. Los indígenas trans, al no pertenecer a una comunidad focalizada, carecen de atención en salud, situación que preocupa a las autoridades porque en el último año se han aumentado los casos de VIH sida en la región.
Al 10 de noviembre de 2017, según cifras de la Gobernación de Risaralda, se habían registrado 273 casos. El 76 % de ellos, es decir, 208, fueron casos masculinos y el 24 %, es decir 65, femeninos. Se tiene identificado que el 61 % de los casos reportados corresponde a población heterosexual, mientras que el 30 %, a población homosexual.
La situación puede ser más compleja si se tiene en cuenta que las comunidades indígenas embera chamí no tienen el uso del condón como una de sus costumbres sexuales. Según el vocero del CRIC, el uso del condón se evita para no poner barreras al nacimiento de nuevos integrantes de las familias indígenas.
Jhon Alexánder Ospina, enlace para la población LGBTI del departamento de Risaralda, explicó a El Espectador que “por el tema cultural, se han disparado los casos de VIH. Ellos no tienen la cultura del condón y tienen relaciones sexuales y no hay pedagogía cultural con esta población por parte de los líderes”.
Indígenas trans podrían ser secuestradas
El gobernador indígena Martín Siagama, autoridad del resguardo unificado de Pueblo Rico, Risaralda, le dijo a El Espectador que la Guardia Indígena contempla la posibilidad de organizar operativos para “capturar” a las trans que todos los sábados llegan al municipio de Santuario.
Si esto pasa, serán llevadas a territorio de autonomía indígena para ser castigadas. Sin embargo, según fuentes de la Gobernación de Risaralda, esto no puede ser considerado como una captura, sería, en todo caso, un secuestro porque la Guardia estaría operando en territorio que no hace parte de la jurisdicción indígena.
“Lo que hace que la transfobia exista es precisamente no reconocer al otro, no reconocer a la otra, todos los prejuicios que se forman a partir del desconocimiento”, reflexiona Laura Frida Weinstein, directora ejecutiva de la Fundación Grupo Acción y Apoyo a Personas Trans. Las cerca de 20 indígenas trans que llegan a Santuario cada sábado son consideradas parte de una población flotante.