Esta semana, China mostró al mundo sus más recientes logros en todos los ámbitos, logros que Occidente no logra digerir dadas sus descomunales cifras y las enormes implicaciones.
El 13º Comité Nacional de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino (CCPPCh) –el máximo órgano asesor del país–, que se desarrolla casi en paralelo con la sesión anual de la Asamblea Popular Nacional (APN), la encargada de supervisar el cumplimiento de la constitución y de aprobar los presupuestos del Estado, inauguraron su doble sesión (Lian Hui) con el informe del primer ministro Li Keqiang en el que anunciaba ante el mundo que China es hoy un país con pleno empleo con 66 millones de empleos recientes, en los pasados cinco años la inversión en investigación y desarrollo aumentó en una media de 11 % (solo comparable con India), las patentes se triplicaron, las ganancias empresariales ascendieron en 21 %, se construyeron 46 aeropuertos nuevos y 14 nuevas zonas de innovación libre, entre otros datos. El primer ministro también anunció que China viene incentivando de manera prioritaria sectores como la teletransportación cuántica, la economía compartida, exploraciones aeroespaciales y marítimas subterráneas, internet plus, Big Data, inteligencia artificial, construcción de trenes de alta velocidad, comercio electrónico y pagos móviles (el dinero en efectivo ha desaparecido de las principales ciudades).
La economía digital de China en 2016 ya se había situado en segundo lugar en el mundo, representando un 30,3 % del producto interno bruto (PIB) del país. Estas iniciativas buscan ponerse muy a tono con la Cuarta Revolución Industrial que experimenta el mundo y en cuyo primer vagón China se está subiendo para liderarla. No en vano desde enero de 2016 los discursos del presidente Xi y los altos funcionarios están permeados frecuentemente por la referencia a la Cuarta Revolución.
Hoy, 35 ciudades chinas tienen cada una un PIB equivalente a un país entero. El PIB de Shanghái es equivalente al de Filipinas, el de Pekín al de Emiratos Árabes, Guangzhou es como Suiza. A esto se suma que el mapa urbano asiático es el que más rápidamente está cambiando en el mundo y la gran evolución urbana contemporánea desarrolla su acto principal en China.
Ese país anuncia que mantendrá una política monetaria prudente mientras los bancos chinos encabezan las listas de los mayores bancos del mundo y otorgan ya más créditos que la banca occidental. No obstante, la economía crecerá 6,5 % este año. La cifra es cuatro décimas inferior a la del 2017, porque la prioridad de Pekín no es la mediática cifra de crecimiento económico que desvela a los mercados internacionales, sino la estabilidad social. En temas como la pobreza se cuentan hoy 68 millones de pobres menos que hace cinco años, en aras de cumplir el objetivo de eliminar la pobreza absoluta para finales de 2020. Y los ingresos medios de la población crecieron en 7,4 %, logrando que China tenga en la actualidad la mayor población de ingresos medios del mundo.
No obstante, los retos internos son igualmente proporcionales a los logros y se enmarcan concretamente en tres batallas: contra los riesgos, la pobreza y la contaminación. Una sociedad modestamente acomodada no puede surgir con mercados financieros volátiles, una población sumida en la pobreza, o ciudades y ríos contaminados. El trabajo para abordar estos desafíos ha sido llamado las “tres batallas de asalto de plazas fuertes”, consistente en reducir la población rural pobre en más de 10 millones para 2018, disminuir los contaminantes del aire en áreas claves, y trabajar para prevenir y eliminar el riesgo de endeudamiento de los gobiernos locales.
En la esfera internacional los retos tienen la misma proporción que las metas. Su Nueva Ruta de la Seda, el gran proyecto global chino para conectarse con el mundo es la respuesta concreta a su apuesta por la globalización al construir una red de infraestructuras y conectividad de envergadura global, con la que está abrazando literalmente al mundo. En chino globalización significa eso precisamente: abrazar el mundo. Con ese propósito, y mientras Japón, India, Australia y EE.UU. se plantean un plan internacional alternativo al de la Ruta de la Seda (OBOR), China acaba de incorporar oficialmente a América Latina en una especie de ruta de seda marítima del Pacífico, y tiene objetivos también con la ruta de seda ártica. Otra meta es vincular los objetivos de la Franja y la OBOR con la agenda 2030 de la ONU.
Solo este año, cinco eventos de enorme impacto global y a futuro tendrán lugar en China. En abril, el foro de Boao en Hainan; en junio, la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái en la ciudad de Qingdao; para septiembre la cumbre China-África en Pekín; y en noviembre la primera Exposición Internacional de Importaciones de China en Shanghái. Y el evento nacional que sin duda acaparará la atención de todo el mundo a fin de este año es la conmemoración de los 40 años del proceso de reforma y apertura.
Todo lo anterior va en directa convergencia con los resultados de un análisis realizado por el alto gobierno chino años atrás, al evaluar la situación del país y las perspectivas de crecimiento económico, en el que concluyó que los primeros veinte años del siglo XXI representaban un claro período de “oportunidad estratégica” para China. Hu Jintao la hizo pública en 2003 y dicha iniciativa tuvo como acicate una serie de conferencias y sesiones de estudio convocadas por académicos chinos y altos cargos del país entre 2003 y 2006, y su tema central giraba en torno al auge y caída de las grandes potencias en la historia. A partir de estas conferencias se creó una serie que emitió la televisión china en 2006, conformada por doce capítulos, titulada “El Auge de las Grandes Potencias”, que fue vista por millones de espectadores. Fue un momento de grandes debates internos que dieron lugar a los hechos concretos que el mundo ve hoy en China.
Pero para consolidar los resultados logrados hasta ahora, la estabilidad política es el otro gran reto y para asegurar el camino, el Partido quiere asegurar la permanencia de Xi en el poder de manera indefinida. Los numerosos cargos en su haber no solo hablan de una consolidación de su poder personal, sino de la necesidad de fortalecer el camino recorrido hasta ahora por el Partido. En efecto, no es un partido, es un sistema, y diferente a los de Occidente.
Con todo ello, el gobierno está trabajando desde arriba en pro de lo que en chino se denomina bao fu, una aspiración de tal arraigo que se volverá costumbre y no cesará por generaciones.
Ampliar el mandato de Xi no es sino la respuesta al interés del Partido de allanar el camino de la estabilidad política y social, y cumplir las metas planeadas incluso para el año 2100, porque la estabilidad económica ya prácticamente es una realidad.
¿Occidente está preparado para adaptarse a los cambios provocados por la modernización de China?
Profesora Asociada Universidad Nacional de Colombia.
Por: Diana Andrea Gómez Díaz