“Un día lo soñamos, un día lo logramos”, decía una bandera que había colgado Freddy Guarín en el camerino de la selección colombiana de fútbol en el estadio Metropolitano de Barranquilla, luego del empate 3-3 ante Chile que significó la clasificación al Mundial de Brasil 2014. Esa tarde del 11 de octubre de 2013, Radamel Falcao García marcó un doblete que le sirvió para consolidarse como el goleador en la eliminatoria y además le generó una de las emociones más grandes en su carrera futbolística. Luego de la celebración con sus compañeros esperó a que las tribunas estuvieran vacías y salió por el túnel, en pantaloneta y sin camiseta, al centro de la cancha. Extendió una bandera de Colombia y se arrodilló unos segundos, dándole gracias a Dios. Con los ojos marchitos de tanto llorar, de tanta alegría, se levantó, tomó el pabellón nacional y se fue al camerino. Simbolismo puro, sentimiento inmaculado. (“Contra Paraguay será el partido de nuestras vidas”: Muriel)
Cuatro años se van a cumplir desde esa histórica fecha. 1.460 días en los que la vida deportiva de Falcao ha variado como un electrocardiograma. En 2013 era un héroe nacional por su gesta, después lo llegaron a tildar de exfutbolista e incluso al comienzo de esta eliminatoria decían que ya estaba acabado y que no valía la pena convocarlo. “La selección no es una fundación”, dijeron algunos de manera desafiante y arrogante. Incluso ofensiva. Pero su fe, su don de gentes y su berraquera lo impulsaron a seguir trabajando. Hoy, a sus 31 años, es el mejor futbolista colombiano del momento (12 goles en 11 partidos con el Mónaco). En el juego de este jueves (6:30 p.m., por el Gol Caracol), ante Paraguay, está la ilusión de colaborar, una vez más, en la clasificación a un Mundial.
Pero, ¿qué pasó en su vida en estos cuatro años? ¿Cómo se recuperó de una grave lesión y, sobre todo, de un momento en el que todo parecía estar en contra de él? Lo principal: nunca dejó de creer en los demás, en sí mismo; en el fútbol. Carmenza Zárate, su mamá, le infundió el amor por Dios. Y de eso se agarró, como si de ese hilo dependiera su vida. Confió, se rodeó de su familia y disfrutó más estar lejos de la cancha. Lorelei, su esposa, y Dominique, su hija mayor, fueron su gran apoyo en los primeros meses de 2014, en los que estuvo viviendo en Madrid, trabajando en la recuperación de su rodilla izquierda con el fisioterapeuta Joaquín Juan. (Valderrama, molesto por horario del juego entre Colombia y Paraguay)
Sus días se dividían entre salas de terapias, piscinas y gimnasios. Por las noches regresaba a casa a jugar con Dominique y compartir con su esposa. En la vida normal de un futbolista es poco el tiempo que se puede estar con la familia, así que la afortunada fue su hija, quien pudo tener a su padre al lado en los primeros meses de vida, los más importantes para crear un lazo especial. La primera vez que dijo papá, la primera compota, los primeros gateos. Todo lo pudo disfrutar.
En agosto de 2014 la lesión de rodilla era algo del pasado. Fue cedido por el Mónaco al Manchester United. Llegó a una ciudad en la que las oportunidades de vida social son mínimas. El tiempo libre lo pasaba en su casa. Deportivamente no contó con la confianza del técnico Louis Van Gaal, sumado a las lesiones musculares que le impidieron consolidarse en el equipo titular. Llegó a pensar que ya nada le saldría bien en la cancha, a dudar de su talento, a dudar de sí mismo. Pero su esposa nunca lo dejó decaer. En los primeros meses de 2015 nació Desirée, su segunda hija, y gracias a esa vida tranquila en Manchester pudo volver a disfrutar de la paternidad.
A mediados de ese año pasaron de vivir en Manchester a Londres y eso le dio un nuevo aire, sobre todo porque la capital de Inglaterra tiene su magia, mucha gente, culturas, vida. Por más que deportivamente las cosas siguieran saliendo mal, porque el técnico José Mourinho tampoco le dio la confianza en el Chelsea, Falcao no se dejó derrotar. Lloró en silencio, sufrió para adentro, aguantó la nostalgia y puso un caparazón para que nadie viera la frustración. Se resguardo en la familia, vivió para los suyos y no para los demás. Regresó a al Principado con perfil bajo,pero con el mismo profesionalismo que demostró desde que comenzó a jugar fútbol, guiado por su papá Radamel. Leonardo Jardim le dijo que sí. (Fifa multó a Colombia por retraso en el juego frente a Venezuela)
Le dio la capitanía y puso a todos a jugar para él. Los goles aparecieron. El Tigre estaba de regreso. En esa temporada marcó su primer triplete desde que había sido papá y disfrutó llegar a su casa y regalarles la pelota a sus hijas. En 2016 brilló con el conjunto monegasco, pero no pudo hacer lo mismo con la selección de Colombia. De hecho, cuando se esperaba todo de él, por la falta de gol que tenía el equipo de José Pékerman, incomodaron de nuevo las lesiones. El DT argentino siempre estuvo cerca de él, pendiente y confiado en que su racha volvería. Y en esta temporada Falcao ha seguido conectado con el gol. A pesar de que desmantelaron el Mónaco, ha podido tener la mejor racha de su vida, con 12 tantos en 11 partidos. Con Colombia, en el juego pasado ante Brasil, marcó por primera vez en esta eliminatoria. “Siempre confiamos en el regreso del mejor Falcao. Nos aporta mucho. Estamos felices por él”, dijo Pékerman tras el empate 1-1 ante Brasil.
Ya, ahora, padre de tres hijas (Dominique, Desirée y Annette), Falcao puede decir que ha vivido cuatro años difíciles deportivamente, pero los mejores de su vida. Que en ese tiempo sacrificó el fútbol para encontrarse a sí mismo, para entender que no siempre lo más importante es la pelota y que si se trabaja con vehemencia, el deporte mismo se encargará de regresarlo al camino. Y ahora sí que está encaminado.