La tercera guerra mundial no empieza en Siria

El próximo paso de Rusia será consolidar su presencia allí y tratar de cubrir con un manto de duda la veracidad del ataque químico contra Duma.

Los bombardeos realizados por fuerzas estadounidenses, británicas y francesas sobre algunas instalaciones del gobierno sirio no son el principio de la tercera guerra mundial. Más bien suponen el camino hacia el final de la guerra en Siria. Hace casi un año (el 6 de abril de 2017), los Estados Unidos —esa vez sin participación directa de ingleses y franceses— bombardearon una base de la fuerza aérea siria sin que hubiese otras consecuencias. La situación este año parece una secuela (más grande, más ruidosa, con más protagonistas involucrados) de lo que pasó entonces. Incluso, en lo más accidental —escándalos e investigaciones alrededor de la presidencia de Trump— la situación se parece a la del año pasado.

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Y aunque durante unos días asistiremos a una retórica intensa y beligerante, lo más probable es que no pase mucho más de lo que ya ha pasado. Y tras siete años de guerra en Siria, lo que ha pasado es mucho y terrible. Cerca de 400.000 muertos, millones de desplazados y refugiados y todo tipo de violaciones a los derechos humanos. Eso ha pasado. Y seguirá pasando en el futuro más cercano. Cuando la oposición haya sido derrotada y con el ISIS en retirada, quedarán conflictos residuales y de baja intensidad, pero el eje central de la guerra habrá concluido. Y el poco interés de la opinión pública en Siria se desvanecerá completamente.

Lo esperable, en definitiva, es que los bombardeos no tengan respuesta porque, en este momento, ni a Bashar al Asad, ni a Putin, ni a Irán les interesa “calentar” el conflicto. Son los ganadores de la guerra. Al Asad va a lograr mantenerse en el poder tras una guerra civil surgida en aquella distante Primavera Árabe, con la oposición reducida a su mínima expresión, si no exterminada. Tendrá un país asolado por la guerra, pero él seguirá en el poder. Rusia ha logrado expandir su influencia en Siria y, parcialmente, en el tablero global. Y, por último, Irán mantiene a uno de sus pocos aliados internacionales y garantiza su canal de apoyo con Hizbolá. A los tres les interesa acelerar las operaciones militares y acabar con los últimos reductos y grupos de la oposición discretamente, sin provocar reacciones internacionales como la del viernes. Porque ni Francia, ni Gran Bretaña, ni Estados Unidos tienen una estrategia para Siria, más allá de los bombardeos. Los líderes de estos tres países han mandado un mensaje: la oposición puede ser exterminada, pero no con armas químicas. De hecho, el presidente Trump ha manifestado varias veces que lo que quiere es retirar su presencia militar de Siria.

De hecho, las declaraciones el mismo viernes del presidente Trump y del secretario de Defensa Mattis indicaron que, si no se vuelven a usar armas químicas, Estados Unidos no procedería a más acciones. Es decir, los dirigentes estadounidenses consideran una amenaza a su seguridad nacional el uso de armas químicas, pero no la guerra en Siria.

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Así que si Rusia actúa con la habilidad implacable con la que ha venido actuando, protestará, sobre todo, en términos de propaganda y diplomacia, y al mismo tiempo ordenará a sus tropas en el terreno que eviten las operaciones cerca de los estadounidenses. Porque si existe algún peligro en los próximos días es el que deriva de la alta concentración de tropas de distintos países en un territorio reducido. Cualquier accidente o error podría ser dramático. La mejor opción es dejar ganar esta mano a Trump, Macron y May para ganar el “juego sirio”.

Así, la principal acción rusa en los próximos días se centrará en cuestionar la justificación del ataque de Estados Unidos y sus dos aliados europeos, y sembrar dudas sobre si se usaron armas químicas y sobre quiénes fueron los responsables de su uso. La batalla de la información/desinformación es la más importante. Y la que mejor ha servido a los intereses de Putin en el pasado. Incluso cuando ha quedado demostrado el uso reiterado de armas químicas desde 2013, Rusia ha conseguido vetar sanciones o investigaciones en profundidad que pudiesen dificultar la permanencia en el poder de Al Asad. De hecho, a Rusia le interesa desviar la atención sobre el hecho de que, en teoría, había forzado al régimen sirio a entregar su arsenal químico. Obviamente, algo que no pasó.

De hecho, la sesión de urgencia del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas del pasado sábado respondió ya a esa dinámica. Rusia argumentó que no hay pruebas del uso de armas químicas por el régimen en Duma y que los bombardeos del día anterior fueron ilegales al no estar avalados por resolución alguna del Consejo de Seguridad. En el bando contrario, EE. UU., Francia y Gran Bretaña insistieron en la existencia de pruebas del uso de armas químicas en Duma y que, de hecho, habría más pruebas, si Rusia no hubiese obstaculizado la prórroga y ampliación de mandato de las misiones de la ONU en Siria. Por supuesto, la sesión del sábado concluyó sin resolución que declarase ilegales los bombardeos del viernes. El mismo resultado de reuniones previas para condenar al régimen sirio por el uso de armas químicas. Y esas idas y venidas son lo que pasará en los próximos días. Retórica. Algo de diplomacia. Y mucho juego de propaganda, información y desinformación. Al cabo de unos días, cundirá cierto alivio porque la tercera guerra mundial no comenzó. Y nuestro alivio llevará al desinterés y el final de la guerra en Siria se alcanzará en silencio. En medio de todo eso, quedan apuntes de otras cosas.

Quizá lo más interesante en el juego de propagandas opuestas son las noticias sobre el éxito de los bombardeos contra el éxito de los sistemas antimisiles rusos. En eso sí ha habido un ensayo para futuros conflictos. Una comprobación de quién tiene la ventaja tecnológica.

Al mismo tiempo, sin la presión de la urgencia, el papel de las Naciones Unidas deberá ser revisado. La organización sale debilitada, pero simplemente porque no tiene modo de transcender sus mandatos originales. Debe pensar cómo dotarse de nuevos instrumentos y medios para cumplir su misión hoy, contando con el respaldo de los estados miembros.

También se volverá a hacer evidente que ni Estados Unidos ni Francia, Inglaterra o la Unión Europea han tenido —o tienen— claro cómo actuar ante la guerra de Siria. Su estrategia ha sido dejar que Rusia hiciese el trabajo sucio, aunque eso ampliase la influencia de Putin en la zona y redujese la de europeos y estadounidenses. Y si bien Estados Unidos puede justificar su inacción porque la catástrofe humanitaria le resulta lejana y está preparando su repliegue, Europa ha sentido los efectos directamente —la crisis de refugiados y el auge de pulsiones xenófobas en buena parte del continente se pueden rastrear hasta Siria, Libia y otras crisis en el entorno mediterráneo—, y aun así ha optado por la pasividad. Sólo Francia parece seguir un camino distinto.

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Mirando atrás, los acontecimientos de estos días son la constatación del fracaso de la política de Obama para Siria. No logró nada. Ni que Siria entregase su armamento químico. Trump ha actuado de un modo más convencional y esta vez con su nuevo equipo de seguridad nacional formado, tras un sinfín de despidos y renuncias. Pompeo y Bolton han llegado. Irán y Corea del Norte están en la agenda cercana.

Por último, una nota local. Si Trump no vino a Colombia fue por la decisión sobre Siria, no por Jesús Santrich. La opinión pública estadounidense ha sido crítica cuando los presidentes han anunciado acciones militares mientras estaban lejos del Despacho Oval y de la Sala de Situación de la Casa Blanca. Y Trump no necesita más problemas. La extensión de los cultivos de coca y el cumplimiento de lo relativo al narcotráfico del Acuerdo de La Habana se tratará, pero con el próximo gobierno colombiano.

Por: Miguel M. Benito*

* Historiador, internacionalista.

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