¿Qué pasa con la pesca en el Amazonas?

La crisis en las pesquerías, debida al declive de especies como los grandes bagres, alerta sobre la necesidad de replantear la actividad pesquera y asumir nuevos retos para la conservación de los ríos en el país.

Minería, deforestación y construcción de represas son otros problemas para las especies de agua dulce. Javier La Rotta – WWF

En uno de los pasillos de la plaza de mercado de Leticia, un hombre vigila con desgano tres poncheras que tiene en el piso. Ninguno de los bagres que ofrece en los tres recipientes de plástico verde supera los 20 centímetros y parece que hoy ha vendido poco. “Esto no se veía antes, pero es lo que hay”, dice en un intento por justificar por qué está vendiendo pescados tan pequeños, antes de olvidar el asunto y ofrecerle una rebaja a una mujer que se acerca a comprar.

En medio de la plaza de mercado, en la que hay varios puestos vacíos y los vendedores tratan de mover lo poco que ha llegado de la pesca del día anterior, es difícil imaginarse las historias de los años en los que de los ríos amazónicos salían toneladas de bagres enormes. “Eran tantos y tan grandes que no teníamos espacio para guardarlos”, cuenta Luis Alberto Mendoza, pescador local, mientras clava la punta de un cuchillo viejo en uno de los dos pescados que tiene para vender.

Es un viernes cualquiera, pero la dinámica se repite todos los días: en el mercado insisten en abastecer, de cualquier manera, la demanda de bagres amazónicos que empezó en el país en la década de 1990. No obstante, para todos es evidente que estas especies están colapsando debido a la fuerte presión que han sufrido desde entonces.

Lo que sucede en Leticia es apenas una de las imágenes que resumen el desgaste de los ríos en el país y el declive que ha tenido la pesquería comercial en los últimos 15 años. El saldo es preocupante y pone en evidencia la ausencia de políticas integrales para el uso sostenible de los recursos pesqueros en el país.

De acuerdo con las cifras del Libro rojo de los peces dulceacuícolas de Colombia, del Instituto Alexander von Humboldt, ya perdimos una especie, dos están catalogadas como en estado crítico, ocho están en peligro y 47 se consideran vulnerables.

El informe Colombia Viva, por otro lado, producido por WWF Colombia y que describe el estado de los recursos naturales en el país, también llama la atención sobre los riesgos que corren los recursos pesqueros debido a “la forma irracional como la sociedad colombiana ha manejado los ecosistemas de agua dulce a lo largo de su historia”.

Según el informe, la situación es alarmante en las cuencas de los ríos Magdalena, Orinoco y Amazonas. Sólo en el río Putumayo se han registrado descensos cercanos al 80 %: mientras en 1992 se movilizaban alrededor de 250 toneladas de pescado, para 2009 la cifra apenas alcanzaba las 50 toneladas.

Para Luis Germán Naranjo, director de conservación de WWF Colombia y quien lideró la realización del informe, los ecosistemas de agua dulce en Colombia han sufrido tantos trastornos causados por la población humana, y de tal magnitud, que “a pesar de su riqueza y diversidad son apenas una fracción de lo que fueron hasta mediados del siglo pasado”.

La cuenca del Amazonas cubre casi 6,8 millones de km² y tiene más de mil tributarios con una enorme biodiversidad que se traduce —para el caso de Colombia— en más de mil especies registradas, una diversidad cinco veces mayor a la de la cuenca del Magdalena. Sin embargo, la explotación excesiva de las pesquerías, sumada a la contaminación y la deforestación, se han convertido en las principales amenazas para esta riqueza.

Edwin Agudelo es el coordinador de la sede de Leticia del Instituto deInvestigaciones Científicas Sinchi y lleva años analizando las dinámicas de la pesca en la Amazonia. Explica que, en efecto, hay una disminución en los bagres y una crisis en las especies que se han comercializado tradicionalmente.

De acuerdo con los análisis del Sinchi, la Amazonia tuvo el mayor pico en la comercialización pesquera a finales de la década de los 90, con cifras cercanas a las 11.000 toneladas anuales, de las cuales el 40 % correspondía a bagres. La captura fue cayendo y para 2011 el registro estaba por debajo de las 7.000 toneladas. Si las cosas continúan como van, siguiendo las proyecciones del Sinchi, es muy probable que en la próxima década la cifra llegue apenas a un cuarto de lo que se lograba en 1998.

Dependencia local

Los peces han sido la principal fuente de alimento de las comunidades indígenas y campesinas de la región, principalmente en las riberas de los ríos Amazonas, Putumayo, Caquetá, Guaviare y Vaupés. En la Amazonia, una persona consume en promedio entre 100 y 500 gramos de pescado al día y su menú es mucho más diverso que el que consume la mayoría de colombianos.

Mientras para el comercio se usan sólo 30 especies, con mayor presión en unas pocas, las comunidades consumen un rango de más de 150 especies, que varía según la disponibilidad.

La presión desmedida sobre este recurso implica un riesgo en el suministro de alimentos para los pobladores amazónicos en el futuro. “La vinculación de la pesca a procesos comerciales se ha realizado de forma desordenada y sin tener una medida del impacto de esta actividad en el estado de las poblaciones silvestres”, explica Agudelo.

Viajeros sin fronteras

En las migraciones más extraordinarias de la Amazonia, los grandes bagres ocupan el primer puesto en distancias recorridas. Durante sus viajes pueden avanzar más de 5.000 kilómetros en busca de alimentación, lugares de reproducción y desove. Pero en su camino encuentran cada vez más obstáculos para llevar a cabo sus procesos naturales, como ser capturados sin haberse reproducido al menos una vez.

Por si fuera poco, cada país tiene normas y aproximaciones diferentes que poco ayudan a la conservación de estos viajeros. Aunque pueden moverse en dos o más territorios, la modificación de sus ecosistemas por actividades como la minería, la deforestación y la construcción de represas, limita enormemente el éxito de su travesía.

Según el Libro rojo de los peces dulceacuícolas de Colombia es urgente “emprender trabajos conjuntos con los países vecinos para su conservación y uso sostenible”. Aunque el panorama parece desalentador, Agudelo sostiene que también representa una enorme oportunidad para el país, puesto que se puede empezar a promover un modelo sostenible para el aprovechamiento pesquero. Señala que es clave diversificar las especies para comercialización y asegurar la conservación de las que están amenazadas, con el compromiso de todos los actores de la cadena.

Para Fernando Trujillo, director científico de la Fundación Omacha, con presencia en la región, el camino hacia la recuperación de las especies y el equilibrio en las pesquerías debe empezar por procesos de ordenamiento pesquero y políticas nacionales para estimular la acuicultura con especies nativas. Además insiste en la necesidad de darle valor agregado al pescado proveniente de la Amazonia, con un comercio responsable y sostenible.

Pese al deterioro y a la presión que han sufrido los ríos amazónicos durante años, su riqueza sigue siendo evidente. De acuerdo con el más reciente listado de especies de agua dulce, publicado por la Asociación Colombiana de Ictiólogos a finales de 2017, Colombia ocupa el segundo lugar en riqueza de peces de agua dulce, después de Brasil, con 1.494 especies.

Y tan solo en la Amazonia se han registrado 706 especies. Es probable que los pescadores de Leticia no vuelvan a ver los bagres enormes y que sea casi imposible recuperar algunas zonas de la cuenca amazónica, pero hay caminos para conservar la riqueza que aún se mantiene. Las alertas llevan años encendidas y ya es hora de que el país mire hacia las pesquerías, entienda su valor y tome mejores decisiones para su conservación.

* Artículo publicado en la revista de WWF Colombia. Para consultarla visite wwf.org.co.

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